viernes, 1 de noviembre de 2013

Negro.

"Negro." Esas cinco letras forman esa palabra, esa sensación. Eso es lo que contestaría si me preguntaran qué sentía en ese preciso momento... Negro, oscuridad, ausencia del mundo... Era como si todo hubiera desaparecido. "¿Me habré quedado ciego?" era lo que mi cabeza se preguntaba. En mi interior una sensación iba cobrando forma, esa que surge cuando la enorme cuerda que circula dentro de mí, de la que nunca tengo recuerdo, empieza a hacerse notar enredándose nudo tras nudo, creándome ese dolor, como si un señor de doscientos kilos de peso estuviera bailando alguna obra de Offenbach sobre mi estómago con un traje raro, haciendo poco a poco más difícil mi respiración... Entonces es cuando mi nariz deja de funcionar y el aire tan sólo sabe circular a través de mi boca en golpes de puro agobio, bocanadas fuertes. Podía notar como el aire que entraba enfriaba mi interior y cómo calentaba mi esófago al huir. Esa misma sensación que tengo siempre antes de un concierto.

Había dejado de oír gritos, golpes, tazas rotas y lloros desesperados... "¿Dónde estoy? ¿Qué ha pasado con todo lo que me rodeaba?" 

Me levanté y comencé a andar. Ya no había frío en mis pies descalzos, el pulido suelo que yo pisaba había pasado a ser crujir de maderas viejas que no llevaban a ninguna parte. Tan sólo una ligera brisa de aire me hacía compañía, todo se había esfumado y mi agobio comenzaba a ser mayor incluso de lo que era antes de que todo desapareciera.

"¿Hola? ¡¿ESTOY SOLO?!" Nadie contestó... La única respuesta que encontraron mis gritos fue el chirriar de una puerta que se abría al fondo, dejando pasar un rayo de luz tenue que iluminaba las partículas de polvo que saltaban huyendo del viento. Se podía apreciar difícilmente la puerta, de madera vieja al igual que el suelo, parecía haberse recompuesto tras miles de roturas. Un pomo de brillante dorado me llamaba a acercarme, era raro encontrar ese pomo tan reluciente y limpio en aquella puerta vieja. 

Me acerqué a ver qué había detrás. Agarré el pomo reluciente y este se deshizo dentro de mi mano, reduciéndose a cenizas. La luz de color cálida que salía por la rendija que quedaba abierta, había pasado a ser una triste y fría luz blanca parpadeante y la puerta de madera vieja había desaparecido, en su lugar había una puerta de metal lisa al tacto.

A través de la puerta se oía un pitido repetitivo que llamaba mi atención... *piii piii piii piii piii...* Abrí por curiosidad. Gran sorpresa me llevé tras descubrir que detrás de aquella puerta había una triste habitación de hospital de color grisáceo llena de máquinas raras y de gente extraña, a la que no recordaba haber visto en mi vida, me acerqué a ver qué había pasado, por qué esa gente lloraba desconsoladamente alrededor de una cama. 

Entre las cabezas de aquellos "extraños" pude verme, tumbado en la cama con rostro pálido y mirada perdida. ¿Qué era aquello? Estaba desconcertado. Por más que me preguntaba no era capaz de saber quién era esa gente, incluso mi propia cara me era irreconocible. Yo era incapaz de dejar de fijarme en una pequeña ventana a través de la cual una luz clavaba su mirada en mí, una luz que parecía decirme que me acercara, me necesitaba y yo, incapaz de negarle nada aquel maravilloso festín de colores inimaginables... ¿Por qué iba a dejar de andar hacia ella?





*Lo sé, es una gilipollez, pero a veces mi cabeza se complica más de la cuenta.